Archive for the 'Artículos serios' Category

Haciendo real el sueño imposible

Quien conoce este espacio (y/o me conoce) habrá encontrado patrones en comunes en las entradas de CeT.

No le sorprenderá, entonces, que me re-vista de demócrata y recuerde mis días de activista.

Gracias a la amable invitación de Fernanda Heyaca, la revista idebate.ñ (del Open Society Institute) ha publicado un artículo que co-escribí con Valeria Merkin.

El espíritu y las palabras se respetaron en la edición (lo cual me sorprendió gratamente).

El artículo está vinculado en .pdf (versión impresa) y en la web (versión digital). Es algo largo, pero tiene (un poco) que ver con lo que se discutía en el post anterior.

Espero que quienes sean tan amables de leerlo, tengan la generosidad de acercar críticas y consejos.

La discreta grosería de la xenofobia

Cuelgo el artículo publicado en la Gata Flora 5. En general, fue apreciado el hecho de que reduje la dinámica esquizofrénica de entrar y salir de un tema, a toda velocidad.

No sabía que era algo tan malo. Me gusta el zig-zag, yoquésé.

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Nos ponemos a hablar de esto. Y no es casual que lo hagamos. Acordate: hace unas semanas comentábamos de lo de Sergi MM… ¿Ya te olvidaste? El tipo este que le pegó a una ecuatoriana en un tren suburbano. El que hablaba por el móvil mientras le gritaba: “zorra”, “puta inmigrante”…Ahí va, sí, una situación muy violenta.

Por otra parte, aparecen representantes de partidos políticos expresando sentimientos racistas a plena luz del día. Jodido. En Italia, la Allenaza Nazionale junta miles de personas enfrente del Coliseo. Sarkozy que proyecta pruebas de ADN para los inmigrantes reagrupados. Gordon Brown defiende la «preferencia nacional» a la hora de otorgar un puesto de trabajo.

Existe, sí. El informe anual de la Comisión del Consejo de Europa contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) es claro: la xenofobia y el racismo se han acentuado en las sociedades europeas. Varias organizaciones de la sociedad civil confirman que la violencia asociada a principios xenófobos revela tendencias preocupantes. 

Intentemos pensar qué es la “xenofobia creciente”, qué pasa con un grupo de personas en una posición vulnerable. La Gata Flora nos ofrece un formato conveniente. Por un lado, me permite no distanciarme de la discusión; acá, puedo confesar que hablaremos de un tema que me afecta. Por otra parte, podremos evitar el tono melodramático; acá, no hay leones o corderos.

Te muestro la primera carta. Empezaré por jugar la más evidente: la xenofobia es contraria a los valores de la Unión Europea. Tiene sentido. Además, cientos de documentos nos dicen que dificulta la “cohesión social” y la “realización de los derechos humanos”. 

Pero Europa es hipócrita y presenta a los inmigrantes como “huéspedes”. Sin embargo, es notorio que la mayoría de los inmigrantes vino a Europa buscar un lugar para vivir, y no un “hotel”. Y no lo hizo por decisión propia. Emigró de su país porque ahí no tenía voz, ni expectativas. Su “decisión”-de-salir, por otra parte, se articuló con la necesidad de las sociedades europeas: mano-de-obra necesaria para mantener la prosperidad.

Vino a Europa a trabajar. Y trabaja. Así, genera riqueza: el 10%, en promedio, de los aportes a la Seguridad Social de los países de la UE son generados por trabajadores inmigrantes legales. Y el gráfico seguirá creciendo: los Ministros de Economía de los Estados-Miembro calculan que la UE recibirá 40 millones de inmigrantes de aquí a 2050.

De estos millones, muchas serán mujeres. Porque Europa favorece la igualdad de género sólo para las europeas. Que se han capacitado y conquistan puestos laborales. Al hacerlo han dejado un espacio libre en el hogar. Un espacio no compensado por políticas públicas; compensado por mujeres-inmigrantes.

Europa aspira, así, a sostener los efectos de su envejecimiento y cambios culturales. La inmigración le sirve para reestablecer el equilibrio. Consecuencia: la “Europa Pura” no existe hace años, ni existirá en el futuro. Los inmigrantes de ayer ya tienen hijos nacidos y criados en la “sociedad de acogida”; los de hoy se casan con personas “locales”. 

La inmigración no es fácil. Requiere curtir la piel hasta que los prejuicios resbalen…¿Te acordás del Chamba, mi amigo peruano? Bueno, él siempre decía que una persona que clasifica a otra de acuerdo a su “origen” no es racista, es estúpida. A él nunca lo agredieron físicamente. Tampoco a la mayoría de quienes pertenecen a etnias no-europeas.

La violencia verbal, sí. Es más común. Hasta a mí (un blanco, profesional, nacido en Buenos Aires) me pasó. Me acuerdo: el “4” del equipo de fútbol rival, a quien le estábamos dando un baile novelesco. O aquél tipo al que le “saqué” el lugar para estacionar. Me tiraron un par. Y no me gustó, claro.

No ignoro este tipo de explosiones, ni minimizo su importancia. Pero tampoco hay que exagerarla. Quiero decir: algunos inmigrantes ya tenemos claro que no toda situación injusta en la que estamos implicados se explica por nuestra inmigración. O sea, sabemos que nuestra nacionalidad no es la explicación real para toda controversia.

Sabemos, también, que la xenofobia no se evidencia sólo en golpes o insultos ofensivos. La xenofobia marcha por carriles civilizados y silenciosos. Es otro fantasma: se proyecta a la hora de acceder a un trabajo, a una vivienda o a espacios públicos que aportan beneficios e información.

Se supone que, en materia de empleo, se han logrado progresos importantes. Hay 19 millones (y contando) de “inmigrados” que trabajan protegidos por los mismos derechos que un europeo. Por supuesto (y no es menor, claro), falta resolver la situación de los “ilegales” y ajustar engranajes del mercado laboral, muchos de los cuales afectan también a los “locales”.

El tema del acceso a la vivienda es más delicado. Lo vio cualquiera que haya caminado por una gran ciudad europea. En mayor o en menor medida, se nota…Vas caminando, girás en una esquina y…Pam… ¿Te fuiste del país? ¿Apareciste, de repente, en Marrakech, Karachi o Quito?…No, claro que no. Seguís en Europa.

La manera correcta (y “correcta”) es referirse a estos espacios como “enclaves étnicos”. Su existencia hace pensar que las alternativas que tiene un inmigrante para elegir dónde quiere vivir son más limitadas. La cuestión económica es (sólo) lo elemental. Como la mayoría de los que emigran son pobres, no aspiran a vivir en zonas de prestigio.

Ni siquiera aspiran (al menos, al principio) a tener una propiedad. Estos enclaves étnicos (olvidados, por costumbre o conveniencia) han demostrado vivir en otra Europa: tienen problemas. Escalan posiciones en la agenda política europea porque se han vuelto un problema.

Pero…¿sabés qué?…De los problemas hablemos otro día. Los conocemos y son demasiados. Dejame, ahora, seguir por acá: porque hay una particularidad que tienen estos barrios que podría ser esencial. Tienen problemas para participar formalmente de la vida pública de la ciudad. Muchos líderes comunitarios de un “enclave étnico” no pueden ser electos para un cargo político; ni siquiera pueden votar.

Si vamos al origen, tenemos que irnos al siglo XIX. Desde entonces, la nacionalidad pasó a darte todos los derechos.  Varios años después, sigue siendo la única forma de acceder a derechos políticos. Tener la identidad “nacional” sigue siendo la garantía de ser ciudadano-pleno. En algunos países de Europa, la ciudadanía no tiene prioridad sobre la nacionalidad.

Y queda feo…Mirá a los que viven en estos enclaves. Son residentes-estables de zonas ignoradas por el poder político. Son ciudadanos de segunda que, cada tanto, se enteran que hay candidatos a intendente. Y que uno de ellos tiene EL  proyecto: “no permitir que se construya una mezquita”. Lo ven, algunos, bramando con impunidad desde una palestra que ellos no frecuentan.

Imaginate cuando se dan cuenta que algunos vecinos lo van a votar; y que ellos, en cambio, no pueden apoyar a otro para castigarlo. Mirá a sus hijos, europeos-de-origen-extracomunitario, escuchando argumentos del siglo XIX que les explican cómo deben asimilar su identidad.

Fijate qué cosa…Oh, qué coincidencia… Sergi MM…Uf…Él del principio: el del tren. Sí, el xenófobo públicamente aleccionado…Es del Baix Llobregat; una zona de concentración de inmigrantes. Sergi MM vive en un lugar en donde hay gente que no habla catalán o español.

Vive en un lugar en donde hay gente que no tiene derecho a canalizar sus reivindicaciones y preocupaciones. Son “otros”. Para Sergi MM, los “otros” son feos, sospechosos o peligrosos. Quizás, crea que representan un incómodo interrogante para todo este bienestar.

Sergi MM es sólo un xenófobo. La xenofobia es un lugar que queda a unas cuadras de su casa.
 

Orwell en Gran Hermano

Como para salir de este silencio navideño (¡silenci!) y sacudir el letargo. Como para palpitar la salida de la nueva GataFlora…

Cuelgo, completo, el artículo que escribí para el número anterior. Una cruel apuesta argumentativa que apunta a «ganar por cansancio».

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ORWELL en GRAN HERMANO

Muchos lectores pidieron política en Gata Flora. Por eso les presentamos a un observador que se encargará de desmenuzar cuestiones “macro”, a partir de pequeños disparadores. La idea es seguirlo por las calles del mundo para ver, a través de sus ojos, cómo las políticas afectan a las sociedades. Para empezar, sonríe porque en Barcelona lo están filmando.

Salgo del bar irritado. Y me deslizo, me oculto. Quizá sea el café que estaba frío. Aunque lo cierto es que siempre está frío. Se ve que el chino que lo prepara solo toma té. Pero esto no explica mi rabia. Más probable es que tenga que ver con otro de mis hábitos matinales: leer el diario. Hace días, además, que vengo buscando noticias interesantes o impactantes y no aparecen. Me encargaron un artículo y ya es hora de ponerme a escribir…

Pego un portazo y salgo con la esperanza de calmarme y observar lo que sucede a mi alrededor. Cruzo la calle por el medio, esquivando un par de autos, y espero que pase el tercero. Reflexiono: no todo era mierda en el diario de hoy, estaba esa nota sobre los espías de Scotland Yard asignados a vigilar a George Orwell.

Muy básicos en sus nociones de “izquierda” y “derecha”, querían colgarle la etiqueta de “comunista”. Listos para caerle encima, se encontraron con la oposición del MI5, un órgano de contraespionaje británico. Se conocieron algunos detalles del intercambio de los voyeurs de ambos organismos. Los MI5, muy educados, pidieron calma: no había por qué confundir el comportamiento “anticonformista” con la hoz y el martillo. De hecho ajustaron la definición: “comunista no ortodoxo”.

A menudo recuerdo 1984, páginas leídas hace tiempo. Y pienso: “podría hablar de 1984 en el artículo”. Pero dudo: “¿Para decir qué? ¿Hablar de un ‘mundo controlado’? ¿De la falta de espacio para la ‘decisión individual’? ¿Y qué?» Paro en el semáforo y descarto la idea: me niego a caer en el cliché. Me conformaré con haberme enterado de que el verdadero nombre de Orwell era Eric Blair.

Vuelvo a abrir el diario en la página 29. Un tipo me putea: cometí el terrible pecado de frenar en medio de la “vía circulatoria” (la vereda). Me corro para el boulevard y vuelvo a leer la nota que, en realidad, es un “reportaje”… Recuerdo, entonces, cuando vivía en la Argentina y creía que “reportaje” era lo mismo que “entrevista”. Entre risas, corroboro que vivir en España no solo me pulió en el uso estricto del “castellano”, sino que también me ha llevado a caminar por donde “se debe”.

Al igual que Orwell, yo también vine a Barcelona. Sus motivaciones fueron humanitarias (o no se sabe); las mías, no se sabe. El vino a luchar contra el franquismo; y yo, quizás, persiguiendo la estela que el mismo Orwell me grabó con su Homenaje a Cataluña. Vine a la ciudad en que “nadie decía señor, o don; tampoco usted”. Barcelona en ebullición. La de los murales que “lanzaban sus llamaradas en límpidos rojos y azules, frente a los cuales los pocos carteles de propaganda restantes semejaban manchas de barro”; El lugar en que los peatones sentían “haber entrado de pronto en una era de igualdad y libertad”. Donde los seres humanos trataban de “comportarse como seres humanos y no como engranajes”, según las palabras del escritor británico.

Una ciudad libertaria que él, sin embargo, vio desvirtuarse. Se fue luego de haber recibido un tiro en el cuello. Más tarde escribiría que en Barcelona el poder se volvía a revestir. La crítica se esfumaba. Setenta años después, yo no encontré aires revolucionarios. Ni siquiera al principio noté ebullición. Me crucé con gente que levantaba el índice y explicaba que la convivencia no tenía que ver con la tolerancia, sino con el “civismo”. Que la tolerancia era “pura soberbia”. Caí en tiempos de ordenanzas esquizofrénicas que dejaron los bares en silencio; o que quieren censurar mendigos; mandar a su casa a “skaters” y “cirqueros”; sacar la música de la calle; poner cámaras por todos lados…

Mientras bajo al andén del metro pienso que me volverán a ver. Lo de “pensar” dura poco; empieza el tiempo de responder. Mi mente cae bajo tierra, tronada por los altavoces que repiten y repiten: “En el Metro está prohibido fumar” (“Ay, por favor, si ya vi los carteles por todos lados”); “Está totalmente prohibido bajar a la zona de las vías” (“Uf, qué tortura…Ooooobvio que no voy a bajar a la zona de las vías; y, si quisiera hacerlo, no me disuadiría la multa”); Para su seguridad, esta estación está dotada de cámaras de video-vigilancia”.

Sí, bueno, Orwell podría ser un buen disparador para decir algo de la vigilancia invasiva, de las no-personas, de las respuestas para todo, de la cobardía. “Los carteristas esperan su desatención, cuide sus pertenencias en todo momento” (“Ya basta, ¿por qué no avisan, también, que hay que prestarle atención a los avisos?”). Lamentablemente me tengo que poner el mp3. Escuchar lo que nadie más en este andén escucha.

Vuelvo a Orwell. Supongo que él vino a Catalunya y yo vine a Europa…Veo el vagón como un no-lugar de cualquier otro lugar. Un objeto sostenido por imágenes y no por ideas. De hecho, sin cerrar los ojos, podría estar en el Metro de Londres. Me pregunto si ahí me sentiría menos persona; me pregunto si todos sus estímulos podrían compensarlo.

Recuerdo cuando, unos veinte años después de 1984, otro Blair (el zorro de Tony) proponía al mundo nuevas leyes de carácter político y ampliaba las competencias policiales. En Inglaterra, la policía tendría el derecho, sin orden judicial, de leer (en tiempo real) los correos electrónicos que se enviaban. También de encerrar por 28 días, sin acusación, a personas consideradas sospechosas de ejecutar “una acción relacionada con el terrorismo”. El ministro del Interior podía imponer el arresto domiciliario de un ciudadano, prohibirle usar el móvil o eliminar su acceso a internet.

“Terrorismo”. Miro al moro sentado al lado mío y me pregunto “¿qué terrorismo?”. Cuando el problema era el IRA (Irish Republican Army), la legislación se centraba en organizaciones concretas o en individuos determinados (brazos políticos, equipo de soporte, etc.). No en el conjunto de la ciudadanía. Pero, tal como está ahora, el campo de aplicación parece muy amplio. O sea, incontrolable. Una persona puede ser declarada terrorista sin sentencia, sólo con un certificado de un miembro del Poder Ejecutivo, que, encima, no está obligado a dar explicaciones.

Así, una detención pasa a ser un simple acto administrativo, basta algún pliego de algún miembro de los servicios secretos. Recuerdo cuando Tony, poco antes de irse a predicar la paz transformado al catolicismo, defendía la ley antiterrorista –Terrorism Act 2006– con sus nuevas figuras delictivas. Por suerte, aún siguen teniendo que explicar qué es eso de la “incitación indirecta”. Por qué ya no sólo no se discute la culpa de quién alienta a los “terroristas”; sino que también, se observa a la personas que se muestran “indiferentes o despreocupadas” frente al “terrorismo” (¿?).

Pisamos el terreno en que es necesario probar inocencia y no demostrar culpabilidad. Ya no importan los objetivos de una frase, sino la interpretación que otros hagan de esas palabras. Se evalúa si la “atmósfera” creada por una declaración es o no “favorable al terrorismo”. Todo esto, desde luego, en nombre de una causa: no poner las libertades civiles de un pequeño número de terroristas por encima de la fundamental libertad civil: la protección del terrorismo (¿?).

Mientras tanto, los ciudadanos británicos desfilan todos los días frente a cuatro millones de cámaras de vigilancia. Y algunos ya vieron el negocio. En Winchester, Inglaterra, una empresa ofrece un nuevo servicio urbano (como la electricidad o el gas): “auto-vigilancia” (self choice surveillance). Se paga una cuota mensual y un equipo de personas –conectadas a un circuito cerrado de televisión– se ocupan de seguir tu recorrido por las calles, comercios y oficinas públicas. Lo que aún no logran es que les pase algo. Pareciera que este servicio solo tiene que ver con cierto status-obsesivo en el que el deseo de consumo supera la ansiedad de protección. Así, los barrios residenciales con “paisajes de seguridad” tienen tarifas más caras que los tradicionales. La estética fortificada ya no es solo funcional, se ha vuelto un signo de distinción social.

Salgo a Barcelona y aparezco frente al Liceu. Subo las escaleras, doblo por una calle angosta y me baña la luz de este lugar que siempre me gustó: la Plaza Orwell. Será que no conozco muchas otras plazas triangulares; será que tiene una de mis terrazas favoritas… Lo cierto es que conforma un punto de encuentro forzoso y, a la vez, un espacio de transición. Parece creada para liberar las tensiones de las calles estrechas que la rodean. Me siento y no me queda más que reírme.

Veo esa cámara en el vértice de Escudellers… Que no está ahí para reemplazar a un policía, está para que imagine a ese policía…Que no me sorprende, me inspecciona…Al lado, se sienta un tipo que imagina que Europa es un tren. Yo cuento hasta diez y no lo miro.  

Y no decimos nada.